Mostrando entradas con la etiqueta APOLOGETICA MARIANA. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta APOLOGETICA MARIANA. Mostrar todas las entradas

viernes, 15 de mayo de 2015

ENSEÑANZAS DE LA IGLESIA SOBRE LA VIRGEN MARÍA



Enseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen María
María, Madre de Dios

Profesión de fe mariana y desagravio en la voz de sus Padres y Doctores, y del Magisterio. 


Por: Jorge Sernani Panópulos e Ignacio García Llorente | Fuente: Orden de María Reina



MARÍA FUE, ES, Y SERÁ


El honor de la Santa Madre de Dios fue muchas veces ultrajado a través de los siglos cristianos. Esas ofensas tuvieron indefectiblemente el rechazo de la Iglesia, y, en mayor o menor medida, el condigno desagravio.

También en nuestros tiempos es afrentada María Santísima, con afrentas más feroces, seguramente en razón de ser éstos “sus tiempos” según lo afirmaron los Sumos Pontífices, cuando Ella está mostrando su Realeza y Señorío al mundo. Por otra parte, los ataques actuales revisten sin duda más gravedad porque simultáneamente se ignoran –se minimizan o silencian- sus grandezas, y se pretende olvidar el lugar que Dios le diera en los tiempos y en la eternidad.

Por esos desgraciados motivos, cumpliendo con el sagrado deber de defender su honor, por voluntad de Nuestro Señor Jesucristo, y según la consigna dada solemnemente por el Papa Pablo VI en estos tiempos aciagos, de “mantener bien alto el nombre y el honor de María” (21 de nov. de 1964, clausura de la IIIª sesión del Concilio Vaticano II); y consecuentes con la afirmación del Cardenal Luigi Ciappi OP, teólogo papal de los Sumos Pontífices Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, cuando decía que “la obra maestra del supremo Artífice, cual es la Madre de Dios, es un Misterio de belleza espiritual, de prerrogativas y glorias tan sublime que únicamente la luz de la Divina Revelación es capaz de manifestárnoslo dignamente."

Por tanto debemos buscar esos rayos de luz superior en el Magisterio de la Iglesia y en la Tradición, para concentrarnos en la imagen de la “úmile et alta piú che creatura” -la más humilde y más alta criatura- (Dante).

Impulsados por el deseo de que sean recordadas, meditadas y difundidas las enseñanzas de la Iglesia sobre la Virgen María, en la voz de sus Padres y Doctores, y del Magisterio, para desagravio de su Corazón Inmaculado,presentamos las siguientes confesiones:


María Santísima fue predestinada por el Altísimo desde toda la eternidad 

El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar a cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el Segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola Ella se complació con señaladísima benevolencia. (Beato Pío IX, Const. Ap. Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854).

El Altísimo la predestinó desde la eternidad para Madre del Verbo encarnado. Por eso entre las maravillas de los tres órdenes, de naturaleza, de gracia y de gloria, la distinguió de forma tal que con razón entiende la Iglesia que se refiere a María el oráculo divino: “Yo salí de la boca de Dios como la primogénita y más privilegiada criatura”.(León XIII).

Y dice San Bernardo: “El Ángel fue enviado a María...” María no fue hallada por casualidad, sino elegida desde el principio de los tiempos, preconizada y preparada para Sí por el Altísimo, custodiada por los Ángeles, preseñalada a los Patriarcas, prometida por los profetas.


María Santísima fue concebida sin pecado

La Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. (ibídem, definición dogmática).
María, toda hermosa e inmaculada, trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo (ibidem)
Los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las divinas enseñanzas, jamás (habían dejado) de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola Hija no de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas.

Ella es la Inmaculada Concepción. De este modo se llamó a SÍ misma en Lourdes, con el nombre que le había dado Dios desde la eternidad: sí, desde toda la eternidad la escogió con este nombre, para ser la Madre de su Hijo, el Verbo Eterno (Juan Pablo II, 10 de febrero de 1979.)


María Santísima es la Toda Santa, de santidad perfecta 

Proclamamos que la inmunidad de María “de toda mancha de pecado original” no fue más que la aureola radiante, no velada por niebla alguna de culpa ni inclinación a ella en su larga jornada sobre la tierra. (Card. Luigi Ciappi OP, teólogo de la Casa Pontificia durante los últimos cinco pontificados).

Dios colmó a María tan maravillosamente de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de los Ángeles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado, y toda hermosa y perfecta, manifestó la plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor, después de Dios, y nadie puede imaginar fuera de Dios.

Y por cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aún de la misma mancha de la culpa original. (Beato Pío IX Ineffabilis Deus)

Esta sobreabundancia de la gracia –el más eminente de todos sus privilegios innumerables- es lo que eleva a la Virgen muy por encima de todos los hombres y de todos los Ángeles, y la aproxima más a Cristo que cualquier otra criatura- (León XIII, Encíclica Magna Dei Matris, 8 de sept. de 1892).

Por eso con San Efrén nos dirigimos a Cristo y exclamamos: Sólo Tú y tu Madre tenéis la gracia de la perfecta belleza, porque no hay mancha en Ti ni mancha hay en tu Madre, y a Ella cantamos con el fervor de los maronitas: ¡Oh azucena espléndida y rosa de delicada fragancia, el aroma de tu santidad perfumó toda la tierra, ruega para seamos el agradable aroma de Cristo y lo extendamos por toda la tierra! (Misa Maronita).


María Santísima es verdadera Madre de Dios

La gloriosa Virgen María es Madre de Dios, pues dio a luz según la carne al Verbo de Dios encarnado (Concilio de Éfeso, definición dogmática).

María fue predestinada en la mente de Dios antes que toda criatura, para que, Virgen castísima entre todas las mujeres, engendrase de su propia carne al mismo Dios, y Reina del Cielo después de su Hijo, reinase gloriosa sobre todo lo creado (San Bernardino de Siena).

María es Aquélla a quien el Eterno confirió la plenitud de su gracia y elevó a tan excelsa dignidad. Y sabemos que de esta divina maternidad procede su gracia singularísima y su dignidad suprema después de Dios, y, en cuanto a que es su Madre, posee una cierta dignidad infinita, por ser Dios un bien infinito (Sto Tomás de Aquino).

Sabemos que Ella, por ser Madre de Dios, posee una excelencia superior a la de todos los Ángeles, aún a la de los serafines y querubines. Sabemos que por ser Madre de Dios es purísima y santísima, tanto que después de Dios no puede imaginarse mayor pureza y santidad. Sabemos que por ser Madre de Dios cualquier privilegio concedido a cualquier santo en el orden de la gracia santificante, lo posee María mejor que nadie (Cornelio a Lápide, Pío XII). porque Dios enriqueció con dones correspondientes a tal oficio a Ella, la Toda Santa, que fue como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura (Vaticano II).

Y al consagrar y fecundar su virginidad, el Espíritu Santo la transformó en el Aula del Rey, Templo y Tabernáculo del Señor, Arca de la Alianza, Arca de la Santificación (Pablo VI, Marialis Cultus).



María Santísima es Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad

María es la excelente obra maestra del Altísimo, de la cual Él se ha reservado el conocimiento y la posesión (San Bernardino). Ella es la Madre Admirable del Hijo, Jesucristo, que la ama en su Corazón Sacratísimo más que a todos los Ángeles y los hombres, Ella es la fuente sellada y la Esposa fiel del Espíritu Santo, en la que no hay quien entre sino Él.

Ella es el Santuario y reposo de la Santísima Trinidad, donde Dios está más magnífica y divinamente que en ningún otro lugar del Universo, sin exceptuar su morada sobre los querubines y serafines (San Luis María Grignion de Montfort).

Confesamos que María es la Hija del divino Padre, la Madre del Verbo divino, y la Esposa del Espíritu Santo, la llena de gracia, de virtud y de dones celestiales, templo purísimo de la Santísima Trinidad. (Beato Pío IX, Oración a Nuestra Señora de la Piedad)

Por eso decimos con los santos: María es el grande y divino mundo de Dios, donde hay bellezas y tesoros inefables. Ella es la magnificencia del Altísimo, donde Él ha escondido, como en su seno, a su Hijo único, y en Él todo lo que hay de más excelente y precioso. (San Luis María G. de M).


Que María Santísima es Madre nuestra

Confesamos también la dulce y suave verdad de que habiendo dado a luz al Redentor del género humano, María es también Madre benignísima de todos nosotros, hermanos de su Hijo, que peregrinamos y nos debatimos entre angustias y luchamos contra el pecado hasta que seamos llevados a la patria feliz (Pío XI, Enc.Lux Veritatis, 25 de dic. De 1931).

En la hora última de su vida pública, cuando otorgaba el Testamento de la Nueva Alianza y lo sellaba con su Sangre divina, Jesús confió su Madre al discípulo amado, con estas dulcísimas palabras: He ahí a tu Madre (León XIII, Augustíssimae), Nadie estará en grado de alcanzar el sentido (pleno) de estas palabras del Evangelio de San Juan, sino el que como él, repose en el pecho de Jesús, y reciba de Jesús a María para que sea su Madre, puesto que todo el que es perfecto, ya no vive él mismo, sino que en él vive Cristo (Orígenes, siglo III).

En la persona de Juan, según el constante sentir de la Iglesia, Cristo ha designado a todo el género humano, pero más especialmente a los que están unidos en la fe (León XIII, Adjutricem populi).

Y porque es nuestra Madre nos confiamos completamente a su bondad y misericordia, animados del vivo deseo de imitar sus bellísimas virtudes y le hacemos donación entera e irrevocable de todo nuestro ser. Le pedimos nos conceda su maternal protección por todo el curso de nuestra vida, y particularmente en la hora de la muerte. (San Juan Bosco).


María Santísima es Madre y Reina de la Iglesia

María Santísima es Madre de la Iglesia, es decir de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa. (proclamación de Paulo VI, 21 de nov. de 1964, clausura de la 3ª sesión del Vaticano II).

María, constituida por Jesucristo en Madre de todos los hombres cuando la designó en la persona de Juan a todo el género humano, recibió con espíritu generoso ese singular y trabajoso legado, comenzando a cumplir su elevada misión en el Cenáculo. Ella fue ayuda y sostén de la Iglesia naciente por la santidad de su ejemplo, la autoridad de sus consejos, la dulzura de su consuelo, y la eficacia de sus plegarias ferventísimas. Desde entonces se mostró verdaderamente Madre de la Iglesia, y fue verdadera Maestra y Reina de los Apóstoles, a los cuales hizo partícipes de los divinos oráculos que conservaba en su Corazón (León XIII).

La importancia del principio mariano de la Iglesia ha sido evidenciada, después del Concilio, por el Papa Juan Pablo II, coherentemente con su lema: Totus tuus. En su enfoque espiritual y en su incansable ministerio se puso de manifiesto a los ojos de todos la presencia de María como Madre y Reina de la Iglesia (Benedicto XVI, 25 de marzo de 2006). El Santo Padre agrega al título de Madre, el de Reina, conforme al sentir de la Tradición, expresado por San Antonio de Padua, llamado el Doctor Evangélico, y repetido por el llamado Doctor Mariano San Alfonso María de Ligorio: Dios ha puesto su toda la Iglesia no sólo bajo el patrocinio, sino bajo el dominio de Nuestra Señora (San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María)

Con Pablo VI la invocamos: Tú Socorro de los obispos, protege y asístelos en su misión apostólica. Asiste a todos los que colaboran con ellos: sacerdotes, religiosos y seglares. Acuérdate del pueblo cristiano que se confía a Ti. Mira con ojos benignos a nuestros hermanos separados y dígnate unirlos, Tú que has engendrado a Cristo, puente de unión entre Dios y los hombres.

Haz que toda la Iglesia pueda elevar al Dios de las misericordias el majestuoso himno de alabanza y agradecimiento, de gozo y de alegría, puesto que grandes cosas ha obrado el Señor por medio de Ti, ¡oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María! (Pablo VI, oración luego de la proclamación).


María Santísima es la Virgen perfecta y perpetua

En la plenitud de los tiempos, la Bienaventurada Virgen María concibió virginalmente, del Espíritu Santo, al Verbo de Dios, engendrado desde antes de todos los siglos por Dios Padre, y que sin pérdida de su integridad le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto (Definición dogmática, Concilio de Letrán). Como lo había profetizado Ezequiel: María es la puerta oriental del templo, que no fue abierta ni se abrirá jamás, y el Señor, sin abrirla, la traspasó.(Ez 44, 1-4 ).

Fue Virgen no sólo de cuerpo, sino también de espíritu (San Ambrosio). Por ello nos complacemos en aclamarla como Virgen perpetua y perfecta, antes del parto, en el parto y después del parto (Paulo IV, 1555). Como lo expresan –con delicadeza y belleza- los sagrados íconos del Oriente, en los que la Virgen Santísima aparece con tres estrellas en su Manto, una sobre el hombro derecho, otra sobre la frente, y la tercera sobre el hombro izquierdo: La Aciparthénos, La siempre Virgen: antes, durante y después del parto.

El Nacimiento de Jesucristo fue milagroso. Por lo tanto, no quebrantó su virginidad, antes la consagró (Vaticano II, Lumen Gentium) porque el Señor Niño salió de su Purísimo seno como un rayo de sol traspasa un cristal, sin romperlo ni mancharlo, afirmaron Padres y doctores, expresión que quedó para siempre al asumirla el Catecismo de San Pío X, y así lo proclama la Liturgia (lex orandi, lex credendi; la ley de la oración es la ley de la fe): “Sicut sidus radium, profert virgo filium, pari forma” (Como un rayo del cielo, de manera semejante, da a luz la virgen al Hijo).

¡Milagroso! Entre júbilo da María a luz a un Niño, que es más antiguo que la creación, y no yace agotada y pálida por los dolores del parto. María da a luz a su Niño no entre dolores, sino entre alegrías (Obispo Zenón de Verona, contemporáneo de San Ambrosio).

Y de esa enseñanza de fe de la Iglesia de veinte siglos, se desprende que el parto virginal de María se cumplió no sólo sin molestias ni dolores por ser la Inmaculada de Dios, sino en un éxtasis y entre fulgores celestiales. Como pinta el Nacimiento del Mesías el gran Fray Luis de León: En resplandores de santidad del vientre y de la aurora.

Y agrega Kattum: El parto virginal se asemeja al Nacimiento del Verbo de Dios del seno del Padre: luz de luz ( Y repite la expresión del Catecismo: el rayo de sol que atraviesa el cristal)

Así nos lo dicen también los relatos unánimes de los místicos de todos los tiempos. ¿Es que podía nacer de otra forma el Hijo de Dios?

San Antonio de Padua, el Doctor Evangélico, nos completa la enseñanza de la Iglesia sobre el misterio de la Madre Virgen: En María hubo un doble alumbramiento: en su cuerpo y en su espíritu. Dio a luz a Jesús con alegría y sin dolor. Y al pie de la cruz, traspasada su alma de compasión, engendró para el cielo, entre sufrimientos inexplicables, a todos los cristianos.


María Santísima, al término de su vida terrena, fue Asunta en cuerpo y alma a los Cielos

La Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrestre fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. (Pío XII, 1º de nov. de 1950, Const. Ap. Munificientíssimus Deus, definición dogmática).

Y al creer, con todo el fervor de nuestra fe, en ésa su asunción triunfal en alma y cuerpo al cielo, donde es aclamada Reina por todos los coros de los Ángeles y por toda la legión de los santos, nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que la ha exaltado sobre todas las demás criaturas, y para ofrecerle el aliento de nuestra devoción y de nuestro amor. (Pío XII, oración después de la proclamación dogmática).

Dice el Señor: Yo llenaré de gloria el solio de mis pies. Los pies del Señor significan aquí su humanidad. Y el solio de la humanidad del Señor fue la Bienaventurada Virgen María, de quien asumió la Humanidad, solio que glorificó tal día como hoy, pues la exaltó sobre los coros de los Ángeles.

Claramente con esto se tiene que la Bienaventurada Virgen fue trasladada en cuerpo, porque fue el solio de los pies del Señor, por lo de aquello del salmo: “Oh Señor, levántate y ven al lugar de tu morada, tú y el arca de tu santificación” Se levantó el Señor, cuando se remontó a la diestra del Padre. Se levantó el arca de su santidad, cuando en este día, la Virgen Madre fue arrebatada al tálamo celeste (San Antonio de Padua, sermón de la Asunción citado por Pío XII en la Constitución Dogmática).

En María el alumbramiento ha guardado intacta su virginidad, y cuando abandona la vida, su cuerpo es conservado, y lejos de desaparecer se convierte en un tabernáculo más puro y más divino sobre el que la muerte no ejerce más poder, y que subsiste por los siglos de los siglos. Era justo que así como Dios había descendido hacia Ella, Ella fuera elevada a un tabernáculo más alto y más precioso, el mismo cielo. Era necesario que Ella que había dado asilo en su seno al Verbo de Dios, fuera colocada en los divinos tabernáculos de su Hijo. Era necesario que siendo la Esposa elegida por Dios viviese en la morada del cielo (San Juan Damasceno).


María Santísima fue constituida Corredentora junto al Redentor

Por la naturaleza de su obra, el Redentor debió asociar a su Madre a su obra. Por esta razón la invocamos con el titulo de Corredentora. Ella nos dio al Salvador, lo acompañó en la obra de la Redención hasta la Cruz misma, compartiendo con Él los dolores de la agonía y de la muerte en la que Jesús consumó la Redención de la humanidad. Y muy unida a Él, en los últimos momentos de su vida, Ella fue proclamada por el Redentor como nuestra Madre, como la Madre de todo el Universo. (Pío XI, Alocución a los peregrinos de Vicenza, 30 de nov. de 1933). Porque como dice San Buenaventura: Tal como Adán y Eva fueron los destructores de la raza humana, así Jesús y María fueron sus reparadores.

Cuando María se ofreció a Dios completamente, junto a su Hijo en el templo, ya participaba con Él de la dolorosa expiación a favor del género humano. Es, por tanto cierto, que Ella participó en las mismas profundidades de su alma con sus más amargos sufrimientos y con sus tormentos. Finalmente fue ante los ojos de María que se consumó el divino Sacrificio, para el cual había dado a luz y criado a la víctima (León XIII, Enc. Jucunda semper, 1894).

Ella estuvo en el Calvario por divina disposición. En comunión con su Hijo doliente y agonizante, soportó el dolor y casi la muerte, abdicó sus derechos de Madre sobre su Hijo para conseguir la salvación de los hombres y para apaciguar la ira divina, y en cuanto de Ella dependía, inmoló a su Hijo (Benedicto XV, Carta Apostólica Inter. Sodalicia, 22 de mayo de 1918)).

A consecuencia de esa unión en el sufrimiento e intención existente entre Cristo y María, ella mereció ser dignamente la reparadora del mundo perdido y, por ende, la dispensadora de todos los favores que Jesús nos adquirió con su muerte y con su sangre. Ella nos merece “de congruo”, como dicen, lo que Cristo nos mereció “de condigno” (San Pío X, Enc. Ad diem Illum, 1904).

Porque en ese sacrificio había dos altares, uno en su Corazón, otro en el Cuerpo de Cristo. Cristo inmolaba su Cuerpo, Ella inmolaba su alma (Juan Pablo II). Por ello la reconocemos como la Corredentora del linaje humano (León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan Pablo II).


María Santísima es la Medianera de todas las Gracias 

María es justamente invocada como la Mediadora de las Gracias (Juan Pablo II, 17 de sept. de 1989 discurso en Orte, Italia)

¡María es la Dispensadora de las Gracias de Dios! (Oficio de los Griegos) Ella fue llamada por la augustísima Trinidad para intervenir en todos los misterios de la misericordia y del amor, y fue constituida Dispensadora de todas las gracias. (San Pío X).

María es la Tesorera y Dispensadora de las misericordias de Dios, Y su Purísimo Corazón está repleto de caridad, de dulzura y de ternura para con nosotros pecadores. (Beato Pío IX, oración a Nuestra Señora de la piedad).

Ella recibe totalmente la oculta gracia del Espíritu y ampliamente la distribuye. La Madre es la dispensadora y dispensadora de todos los maravillosos dones increados del divino Espíritu (Teófano de Nicea).

Mi Santísima Señora, Madre de Dios, llena de gracia, Vos sois la gloria de nuestra naturaleza, el canal de todos los bienes, la Reina de todas las cosas después de la Trinidad, la Mediadora del mundo después del Mediador; Vos sois el puente que une la tierra con el cielo, la llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra Abogada, nuestra Mediadora. Mirad mi fe, mirad mis piadosos anhelos y acordaos de vuestra misericordia y de vuestro poder (San Efrén).


María Santísima es la Abogada del pueblo de Dios

Esta Virgen excelsa, que es Madre de vuestro Juez y vuestro Dios, ésta es la Abogada del género humano, idónea, que puede cuanto quiere delante de Dios; sapientísima, que sabe todos los modos de aplacarle; universal, que a todos acoge y no rehusa defender a ninguno (Santo Tomás de Villanueva)

María es nuestra Abogada, que por ser la Madre de Jesús, jamás deja de ser oída (San Buenaventura) Acercándose Ella al trono de su Divino Hijo, como Abogada pide, como Esclava ora, y como Madre manda (Pío VII, Breve “Tanto studio”19 de febrero de 1805).

Con el Beato Juan XXIII nos emocionamos al invocarla: Oh María, Tú ruegas con nosotros. Lo sabemos. Lo sentimos. ¡Oh, qué realidad más deliciosa, qué gloria más soberana ! (Juan XXIII, Diario de un alma)

Y a Ella clamamos según el sentir más profundo de la Iglesia:

Señora, lo que pueden obtener las intercesiones de todos los santos unidos con Vos, bien puede obtenerlo vuestra intercesión sola, sin ayuda de ellos.

Y ¿por qué Vos sola sois tan poderosa? Porque Vos sola sois la Madre de nuestro salvador, Vos la Esposa de Dios, Vos la Reina Universal del cielo y de la tierra.

Si Vos no habláis por nosotros, ningún santo abogará a favor nuestro. Pero si Vos oráis, todos los santos tendrán empeño en orar por nosotros y socorrernos (San Anselmo).

Tú eres tan poderosa delante de Dios, que, como canta Dante Alighieri, quien deseando la gracia, no recurre a Ti, pretende volar sin alas (Pío XII).

¡Ea pues Señora, Abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre! (Salve Regina).



María Santísima es la Omnipotencia Suplicante

El Papa de la paz, Benedicto XV, exclamaba: ¡Te hemos tomado por nuestra Patrona, porque Tú, la Virgen Madre, entre muchos títulos gloriosos, con razón has recibido el de Omnipotencia Suplicante!

Leemos en las Glorias de María, del Doctor Mariano San Alfonso María de Ligorio: Tanto os ha ensalzado el Señor, Virgen Santa, que, con su favor, podéis obtener a vuestros devotos todas las gracias posibles; porque vuestra protección es omnipotente, añade Cosme de Jerusalén.

Sí, omnipotente es María –añade Ricardo de San Lorenzo- porque según las leyes, de los mismos privilegios gozan las reinas que los reyes. Siendo pues, igual el poder del Hijo y de la Madre, por ser omnipotente el Hijo, ha hecho omnipotente a la Madre- Y explica San Alfonso: El Hijo es omnipotente por naturaleza, la Madre es omnipotente por gracia, y en tal modo es verdad de cuanto pide la Madre nada le niega el Hijo, como le fue revelado a Santa Brígida, la cual entendió que Jesús, hablando un día con su Madre, le dijo así: Madre mía, ya sabes cuánto te amo, pídeme cuanto quieras, pues sea lo que fuera, tus ruegos no pueden ser desoídos, y es delicada la razón que alega: Madre, cuando vivías en la tierra nada te negaste de hacer por amor mío, ahora que estamos en el cielo es razón que yo nada me niegue a hacer de lo que Tú quieres. Se llama pues omnipotente María en el modo que puede entenderse una criatura, la cual no es capaz de un atributo divino. Así Ella es omnipotente porque con sus ruegos puede cuanto quiere (San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María)

María, situada a la derecha de su unigénito Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales, y encuentra lo que busca, y no puede quedar decepcionada (Beato Pío IX, Ineffabilis Deus).

María tiene, en su calidad de Madre del Altísimo un poder igual a su querer. Ella no puede dejar de ser atendida porque Dios condesciende en todo y por todo al querer de su buena Madre. Ella nos salvará por sus plegarias, la inteligencia es incapaz de concebir el poder de su intercesión. (San Germán de Constantinopla).

Por eso dice San Bernardo: ¿Tienes que acudir al Padre, busca al Mediador que es Jesús. ¿Pero es que también temes a Éste? Pues acude a María, que siempre es escuchada por la reverencia de Madre.


María Santísima es Auxiliadora y Socorro para todos sus hijos

María es refugio segurísimo de todos los que peligran, fidelísima auxiliadora y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo; Ella, gloriosísimo ornato de la Iglesia santa, firmísimo baluarte que destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los fieles y a las naciones. (Beato Pío IX, Ineffabilis deus)
Ella siempre ha librado al pueblo cristiano de las calamidades, los enemigos y la muerte. Su auxilio ha sido continuo, oportunísimo según la variedad de los tiempos, y lleno de maravillosa suavidad (Beato Pío IX).

Oh María, ¡Tú eres verdaderamente espléndida Auxiliadora de los Cristianos! Acudimos a Ti, a fin de que seas propicia a muestras plegarias, y otórganos el implorado socorro, Tú que también mereciste ser llamada nuestro Socorro (León XIII).


María Santísima es la Señora del Santísimo Sacramento

María es Nuestra Señora del Santísimo Sacramento (San Pedro Julián Eymard, San Pío X). A Ella debemos rendir muchas acciones de gracias, pues el Cuerpo de Cristo que Ella engendró y llevó en su seno, que envolvió en pañales, que alimentó con solicitud materna, es el mismo Cuerpo que recibimos en el altar. No hay palabras humanas que sean capaces de alabarla dignamente porque de Ella tomó su carne el Mediador entre Dios y los hombres.

Cualquier honor que le pudiésemos dar, está por debajo de sus méritos, ya que Ella nos ha preparado en su castísimo seno la Carne inmaculada que alimenta nuestras almas. Eva comió un fruto que nos privó del eterno festín, y María nos presenta otro que nos abre la puerta del banquete celestial (San Pedro Damián).

Cuando, en la Visitación, llevó en su seno el Verbo hecho carne, se conviertió de algún modo en «tabernáculo» –el primer «tabernáculo» de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. María y Eucaristía son inseparables. Por eso, el recuerdo de la Virgen en el celebración eucarística es unánime, ya en la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente. (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, Jueves Santo del 2004)


María Santísima es Reina y Señora de todo lo creado

Cristo es Señor de todo por haber creado todas las cosas, y Ella es Señora de todas esas cosas porque las ha elevado a su dignidad original por la Gracia que mereció (discípulo de San Anselmo, citado por Pío XII en su Enc. Ad Coeli Reginam). Pero Cristo, además de ser Señor y Rey por naturaleza, lo es por conquista y María fue asociada a Él en esta conquista que es la redención (Pío XII, ibídem).

Cristo quiso que María compartiera la pena de la Pasión para que así Ella pueda ser la Madre de todos mediante la recreación. Ella fue su ayudadora en la Redención por su compasión. Y así como todo el mundo está sujeto a Dios por su suprema pasión, así está sujeto a la Señora de todos por su compasión (San Alberto Magno).

Su mismo nombre, María, significa Señora, proclamada así por los Padres y los Santos en la tradición, desde antiguo (Pío XII, Ad Coeli Reginam)

Ella fue siempre aclamada por la Iglesia como Señora de todos los cristianos (Gregorio II, Séptimo Concilio Ecuménico). María es la Dueña, Dominadora y Señora de todo ( Padres y Santos, citados por Pío XII):

María es la Reina que está a la diestra del Rey, vestida con mantos dorados, muy engalanada, con esa frase bíblica comienza la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo.

María Santísima es Reina de los Ángeles, de los Patriarcas, de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes, y de todos los Santos (Letanías Lauretanas).

Ella, gloria de los profetas y los apóstoles, y honra de los mártires, alegría y corona de todos los santos; (Beato Pío IX, Ineffabilis Deus). Ella es Nuestra Gloriosa Señora (Benedicto XV, Gloriosa Domina).


María Santísima es la Reina del Sacratísimo Rosario, el arma invencible de todos los tiempos

Tan pronto se instituyó el Rosario, inmediatamente penetró en todas las clases de la sociedad y se divulgó en todas partes. Y el pueblo cristiano que tiene variadas maneras de honrar a la Virgen, siempre lo prefirió especialmente y se lo ofreció pública y privadamente, en casas y en familias formando comunidades, dedicándole altares y realizando procesiones puesto que en el Rosario se encierra y compendia el culto que se le debe. (León XIII)

El Rosario produce siempre nuevos y dulces frutos de piedad (León XIII). Creemos que Ella misma, como Celestial Reina ha concedido gran eficacia a tal modo de orar por el hecho de que haya sido introducido y propagado –inspirado por Ella- por el glorioso Santo Domingo en tiempos sumamente adversos al cristianismo, semejantes a los nuestros, como arma poderosísima para desbaratar a los enemigos de la fe (León XIII).

Numerosos signos muestran como María ejerce también hoy, a través de esta oración, su solicitud materna para con todos sus hijos. En los últimos dos siglos, María, la Madre de Cristo, ha hecho notar su presencia y su voz para exhortar al Pueblo de Dios a recurrir al Rosario (Juan Pablo II). Por eso el amado San Pío de Pietralcina nos dejó este testamento: “Rezad y haced rezar el Rosario, amad y haced amar a María”.


María Santísima es Reina del mundo, de la familia y de la Paz

María Santísima fue coronada por el Papa Pío XII como Reina del mundo y de la Paz, en la Capelinha de Fátima y en el icono Salud del pueblo romano. Reina de la Paz fue proclamada por Benedicto XV, y Reina de la Familia por Juan Pablo II. A Ella rogamos por el mundo, por la paz y por la familia.

La Virgen Nuestra Señora, Regina Mundi, Regina Pacis, está repitiendo por el mundo, el seguro camino de la paz y los medios para obtenerla del cielo, dado que tan poco se puede confiar en los medios humanos: El Rosario en familia y la imitación de la Sagrada Familia de Nazaret; el amor al prójimo con la oración y el sacrificio, por la concordia de las clases sociales; y el retorno a la vida cristiana, la paz con Dios y el respeto por la ley eterna, por la construcción de la paz mundial.

Ponemos nuestras esperanzas en la poderosísima intercesión de la Virgen, invocándola incesantemente para que se digne adelantar la hora en que de un extremo al otro de la tierra se cumpla el himno angélico: ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz a los hombres de buena voluntad! (Pío XII)


María Santísima es nuestra Madre y Reina en sus innumerables títulos, y que la veneramos en infinidad de iconos e imágenes

A María Santísima alabamos y rogamos en las santísimas imágenes de toda la redondez de la tierra en templos y Capillas como en las casas de familia, y sobre todo en los magníficos iconos del Oriente Cristiano, y en las imágenes prodigiosas y milagrosas que se veneran en Occidente, muchas de ellas coronadas por los Sumos Pontífices y los obispos.

María Santísima es Rosa Mística del paraíso (León XIII). Ella es Salud para los cuerpos afligidos y atormentados por las enfermedades, Salud también para las almas, Salud de cada uno de nosotros sus hijos, y de todo el pueblo cristiano, al que le ha manifestado su defensa y protección en las desgracias y calamidades (Pío XII).

Ella es Nuestra Señora del Perpetuo Socorro (Icono milagroso de la Pasión) la Madre de la Divina Providencia, la Sede de la Sabiduría y la Causa de nuestra Alegría, (Letanías Lauretanas).

A Ella suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas (Salve Regina): como Consuelo de los afligidos, Refugio de los pecadores, y Auxilio de los Cristianos (Letanías Lauretanas), porque por Ella lleva a todos los enfermos el remedio, luce para los que viven en tinieblas el sol de justicia y es áncora y puerto segurísimo para cuantos sufren los embates de la


Que Dios manifestó su voluntad de instaurar en el mundo la devoción a su Corazón Inmaculado

Así lo expresó en Fátima la Señora del Rosario, y así lo creyeron e impulsaron muchos cristianos encabezados por los Sumos Pontífices.

El Corazón de María, la Madre de Dios y Madre nuestra, es el Corazón amabilísimo, objeto de las complacencias de la Adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura de los Ángeles y los hombres, el corazón más semejante al de Jesús, cuya imagen más perfecta es María; Corazón lleno de bondad y en gran manera compasivo de nuestras miserias! (Pío VII, 18 de agosto 1807).

El Purísimo Corazón de María es tierno, sensibilísimo, solícito, generoso, compasivo, amantísimo, afligido, angustiado, zarandeado, fatigado, martirizado, atravesado, amargado (Pío VII, 14 de enero de 1815).

Nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si la Virgen Santa nos guía, patrocina, favorece y protege, pues tiene un Corazón maternal, y ocupada de nuestra salvación se preocupa de todo el linaje humano.(Beato Pío IX).

Por eso renovamos y ratificamos en nuestros corazones y hogares, la consagración al Inmaculado Corazón de María, que en respuesta a sus llamados de Fátima, realizaron los Papas Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, y rogamos que se acelere la ahora de su triunfo, y del triunfo del Reino de Dios (Pío XII, 13 de mayo de 1946),
 

sábado, 31 de enero de 2015

¿POR QUÉ VIRGEN, MARÍA?


¿Por qué virgen, María?
Mariología
Juan Pablo II explica, en síntesis -y en continuidad con la teología católica-, por qué la Madre de Jesús debió ser Virgen; dicho de otro modo: por qué Dios-Hijo quiso hacerse verdadero hombre naciendo de Madre virgen.


Por: SS. Juan Pablo II | 



La concepción virginal de Jesús
(Lectura: capítulo 1 del evangelio de san Lucas, versículos 34-37)
1. Dios ha querido, en su designio salvífico, que el Hijo unigénito naciera de una Virgen. Esta decisión divina implica una profunda relación entre la virginidad de María y la encarnación del Verbo. "La mirada de la fe, unida al conjunto de la revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta misión para con los hombres" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 502).
La concepción virginal, excluyendo una paternidad humana, afirma que el único padre de Jesús es el Padre celestial, y que en la generación temporal del Hijo se refleja la generación eterna: el Padre, que había engendrado al Hijo en la eternidad, lo engendra también en el tiempo como hombre.
2. El relato de la Anunciación pone de relieve el estado de Hijo de Dios, consecuente con la intervención divina en la concepción. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
Aquel que nace de María ya es, en virtud de la generación eterna, Hijo de Dios; su generación virginal, obrada por la intervención del Altísimo, manifiesta que, también en su humanidad, es el Hijo de Dios.
La revelación de la generación eterna en la generación virginal nos la sugieren también las expresiones contenidas en el Prólogo del evangelio de san Juan, que relacionan la manifestación de Dios invisible, por obra del "Hijo único, que está en el seno del Padre" (Jn 1, 18), con su venida en la carne: "Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14).
San Lucas y san Mateo, al narrar la generación de Jesús, afirman también el papel del Espíritu Santo. Éste no es el padre del niño: Jesús es hijo únicamente del Padre eterno (cf. Lc 1, 32. 35) que, por medio del Espíritu, actúa en el mundo y engendra al Verbo en la naturaleza humana. En efecto, en la Anunciación el ángel llama al Espíritu "poder del Altísimo" (Lc 1, 35), en sintonía con el Antiguo Testamento, que lo presenta como la energía divina que actúa en la existencia humana, capacitándola para realizar acciones maravillosas. Este poder, que en la vida trinitaria de Dios es Amor, manifestándose en su grado supremo en el misterio de la Encarnación, tiene la tarea de dar el Verbo encarnado a la humanidad.
3. El Espíritu Santo, en particular, es la persona que comunica las riquezas divinas a los hombres y los hace participar en la vida de Dios. Él, que en el misterio trinitario es la unidad del Padre y del Hijo, obrando la generación virginal de Jesús, une la humanidad a Dios.
El misterio de la Encarnación muestra también la incomparable grandeza de la maternidad virginal de María: la concepción de Jesús es fruto de su cooperación generosa en la acción del Espíritu de amor, fuente de toda fecundidad.
En el plan divino de la salvación, la concepción virginal es, por tanto, anuncio de la nueva creación: por obra del Espíritu Santo, en María es engendrado aquel que será el hombre nuevo. Como afirma el Catecismo de la Iglesia católica: "Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, porque él es el nuevo Adán que inaugura la nueva creación" (n. 504).
En el misterio de esta nueva creación resplandece el papel de la maternidad virginal de María. San Ireneo, llamando a Cristo "primogénito de la Virgen" (Adv. Haer. 3, 16, 4), recuerda que, después de Jesús, muchos otros nacen de la Virgen, en el sentido de que reciben la vida nueva de Cristo. "Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los hombres a los cuales él vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de muchos hermanos" (Rm 8, 29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 501).
4. La comunicación de la vida nueva es transmisión de la filiación divina. Podemos recordar aquí la perspectiva abierta por san Juan en el Prólogo de su evangelio: aquel a quien Dios engendró, da a los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios (cf. Jn 1, 12-13). La generación virginal permite la extensión de la paternidad divina: a los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en aquel que es Hijo de la Virgen y del Padre.
Así pues, la contemplación del misterio de la generación virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Madre virgen, para dar más ampliamente a la humanidad su amor de Padre.

miércoles, 7 de enero de 2015

LOS PRIMEROS CRISTIANOS ¿REZABAN A LA VIRGEN MARÍA?


Los primeros cristianos ¿rezaban a la Virgen?
Un papiro de mediados del siglo III nos indica que si, y muchos fieles de hoy rezan con las mismas palabras.


Por: . | Fuente: primeroscristianos.wordpress.com // InfoCatólica.com



En un papiro egipcio

Edgar Lobel, experto en papirología de la Universidad de Oxford,  dedicó su vida al estudio de los papiros encontrados en Egipto. Como es conocido, el clima extremadamente seco de la mayor parte de Egipto ha hecho que se conserven multitud de fragmentos de papiros antiquísimos, con textos de hace milenios, en griego y en copto. Muchos de estos textos se habían perdido. En otros casos, los papiros sirven para confirmar la antigüedad de textos que sí que se habían conservado a través de sucesivas copias o traducciones.
Uno de estos papiros, descubierto en las proximidades de la antigua ciudad egipcia de Oxirrinco, contenía una oración a la Virgen. Y no cualquier oración, sino una plegaria que continuamos rezando hoy en día, la oración Sub tuum praesidium. La versión latina es:
Sub tuum praesidium
confugimus,
Sancta Dei Genitrix.
Nostras deprecationes ne despicias
in necessitatibus nostris,
sed a periculis cunctis
libera nos semper,
Virgo gloriosa et benedicta.
La versión castellana, es muy conocida:
Bajo tu amparo nos acogemos,
santa Madre de Dios;
no deseches las súplicas
que te dirigimos en nuestras necesidades,
antes bien, líbranos de todo peligro,
¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
Y la versión en griego clásico, que es precisamente la que se encontró en el papiro. Basta fijarse con detenimiento en la foto del papiro para reconocer las palabras griegas originales:
Cabe destacar la presencia del término Theotokos (en este caso, Theotoke, en vocativo), es decir, “Madre de Dios”, dos siglos después, en el Concilio de Éfeso, se reconoció de forma  solemne que este título era adecuado para la Virgen María, contra el parecer de Nestorio. Es decir, en Éfeso, la Tradición de la Iglesia fue defendida contra los que preferían sus propios razonamientos a la enseñanza de siempre de la Iglesia.
Resulta impresionante rezar esta oración, sabiendo que los cristianos la rezaban ya, por lo menos, en el año 250 d.C., que es la fecha en la que Edgar Lobel dató el papiro en el que se encontraba.Nosotros no la hemos recibido de los arqueólogos, sino de la tradición de la Iglesia, a través del latín en el caso de la Iglesia Latina o del griego y el eslavonio antiguo en Oriente. Resulta agradable, sin embargo, que la arqueología nos muestre una vez más que la tradición no es algo inventado, sino que verdaderamente nos transmite la herencia que los primeros cristianos recibieron de Cristo y de los Apóstoles.
Como dato curioso, se puede señalar que, aunque Lobel fechó el papiro, como hemos dicho, en el siglo III, el editor encargado de la publicación de los papiros, M.C.H. Roberts, lo publicó como perteneciente al siglo IV. Respondiendo a las críticas recibidas por ello, contestó que le parecía “casi increíble que una plegaria dirigida de forma tan directa a la Virgen en esos términos pudiese haber sido escrita en el siglo tercero”. Es decir, sus prejuicios no le permitían aceptar los datos de la ciencia sobre el asunto, porque no concordaban con la idea protestante de que la veneración a la Virgen y a los santos tuvo su origen en la conversión de Constantino y en la (supuesta) paganización de la Iglesia en el siglo cuarto.
En cambio, como siempre sucede, los fieles que, con sencillez, rezan esta oración porque la han recibido de manos de la Iglesia, son los que están más cerca de lo que transmitieron los primeros cristianos y, por lo tanto, más cerca de Cristo. Que todos tengamos esa sencillez y recemos hoy, con los cristianos de todos los tiempos, a la Sancta Dei Genitrix, la Theotokos, la Madre de Dios.

THEOTOKOS, LA MADRE DE DIOS

La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, probablemente el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María. Se trata de un tropario* (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos a la Virgen, e indiscutiblemente es la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.
G. Giamberardini, especialista en el cristianismo primitivo egipcio,  en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina. La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia.
En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: “Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix”. Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego.
Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios. La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús. Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosimil que así fuese.
Los fieles que, con sencillez, rezan esta oración a la Sancta Dei Genitrix, la Theotokos, la Madre de Dios,  porque la han recibido de manos de la Iglesia, son los que están más cerca de lo que transmitieron los primeros cristianos y, por lo tanto, más cerca de Cristo.
La versión latina esta oración ha sido inmortalizada en la música especialmente por Antonio Salieri y Wolfgang Amadeus Mozart.

*Tropario (de trópos = modo, forma o tono): composición poética de variable duración, cuyo ritmo se fundamenta sobre el acento tónico. Los más antiguos se remontan al siglo V. Estos formaron luego parte de las sucesivas composiciones litúrgicas de los kontákia, de los iki y de los cánones. Con frecuencia el tropario es el desarrollo de una antífona sálmica.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

LA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS


María, Madre de Dios
María es verdaderamente Madre de Dios


Por: Corazones.org | Fuente: Corazones,org



Pregunta: 

"¿Cómo puede ser María la madre de Dios, si Dios ya existía antes de que ella naciera?".

Respuesta: 

En el diccionario encontramos que "madre" es la mujer que engendra. Se dice que es madre del que ella engendró. Si aceptamos que María es madre de Jesús y que El es Dios, entonces María es Madre de Dios.

No se debe confundir entre el tiempo y la eternidad. María, obviamente, no fue madre del Hijo eternamente. Ella comienza a ser Madre de Dios cuando el Hijo Eterno quiso entrar en el tiempo y hacerse hombre como nosotros. Para hacerse hombre quiso tener madre. Gálatas 4:4: "al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer". Dios se hizo hombre sin dejar de ser Dios, por ende María es madre de Jesús, Dios y hombre verdadero.

Entonces, María es Madre de Dios, no porque lo haya engendrado en la eternidad sino porque lo engendró hace 2000 años en la Encarnación. Dios no necesitaba una madre pero la quiso tener para acercarse a nosotros con infinito amor. Dios es el único que pudo escoger a su madre y, para consternación de algunos y gozo de otros, escogió a la Santísima Virgen María quién es y será siempre la Madre de Dios.

Cuando la Virgen María visitó a su prima Isabel, esta, movida por el Espíritu Santo le llamó "Madre de mi Señor". El Señor a quien se refiere no puede ser otro sino Dios. (Cf. Lucas 1, 39-45).
La verdad de que María es Madre de Dios es parte de la fe de todos los cristianos ortodoxos (de doctrina recta). Fue proclamada dogmáticamente en el Concilio de Efeso, en el año 431 y es el primer dogma Mariano.

Antecedentes de la controversia sobre la maternidad divina de María Santísima:

Los errores de Nestorio

En el siglo V, Nestorio, Patriarca de Constantinopla afirmaba los siguientes errores:
  • Que hay dos personas distintas en Jesús, una divina y otra humana.
  • Sus dos naturalezas no estaban unidas.
  • Por lo tanto, María no es la Madre de Dios pues es solamente la Madre de Jesús hombre.
  • Jesús nació de María solo como hombre y más tarde "asumió" la divinidad, y por eso decimos que Jesús es Dios.
Vemos que estos errores de Nestorio, al negar que María es Madre de Dios, niegan también que Jesús fuera una persona divina.

La doctrina referente a María está totalmente ligada a la doctrina referente a Cristo. Confundir una es confundir la otra. Cuando la Iglesia defiende la maternidad divina de María esta defendiendo la verdad de que, su hijo, Jesucristo es una persona divina.

En esta batalla doctrinal, San Cirilo, Obispo de Alejandría, jugó un papel muy importante en clarificar la posición de nuestra fe en contra de la herejía de Nestorio. En el año 430, el Papa Celestino I en un concilio en Roma, condenó la doctrina de Nestorio y comisionó a S. Cirilo para que iniciara una serie de correspondencias donde se presentara la verdad.

Concilio de Efeso

En el año 431, se llevó a cabo el Concilio de Efeso donde se proclamó oficialmente que María es Madre de Dios. (Ver: Theotokos).

"Desde un comienzo la Iglesia enseña que en Cristo hay una sola persona, la segunda persona de la Santísima Trinidad. María no es solo madre de la naturaleza, del cuerpo pero también de la persona quien es Dios desde toda la eternidad. Cuando María dio a luz a Jesús, dio a luz en el tiempo a quien desde toda la eternidad era Dios. Así como toda madre humana, no es solamente madre del cuerpo humano sino de la persona, así María dio a luz a una persona, Jesucristo, quien es ambos Dios y hombre, entonces Ella es la Madre de Dios" -Concilio de Efeso

La ortodoxia (doctrina recta) enseña:
-Jesús es una persona divina (no dos personas)
-Jesús tiene dos naturalezas: es Dios y Hombre verdaderamente.
-María es madre de una persona divina y por lo tanto es Madre de Dios.

María es Madre de Dios. Este es el principal de todos los dogmas Marianos, y la raíz y fundamento de la dignidad singularísima de la Virgen María. María es la Madre de Dios, no desde toda la eternidad sino en el tiempo.

El dogma de María Madre de Dios contiene dos verdades:
1) María es verdaderamente madre: Esto significa que ella contribuyó en todo en la formación de la naturaleza humana de Cristo, como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas.

2) María es verdaderamente madre de Dios: Ella concibió y dio a luz a la segunda persona de la Trinidad, según la naturaleza humana que El asumió.
El origen Divino de Cristo no le proviene de María. Pero al ser Cristo una persona de naturalezas divina y humana. María es tanto madre del hombre como Madre del Dios. María es Madre de Dios, porque es Madre de Cristo quien es Dioshombre.

La misión maternal de María es mencionada desde los primeros credos de la Iglesia. En el Credo de los Apóstoles: "Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo su único hijo, nuestro Señor que nació de la Virgen María".
El título Madre de Dios era utilizado desde las primeras oraciones cristianas. En el Concilio de Efeso, se canonizo el título Theotokos, que significa Madre de Dios. A partir de ese momento la divina maternidad constituyó un título único de señorío y gloria para la Madre de Dios encarnado. La Theotokos es considerada, representada e invocada como la reina y señora por ser Madre del Rey y del Señor.

Más tarde también fue proclamada y profundizada por otros concilios universales, como el de Calcedonia(451) y el segundo de Constantinopla (553).

En el siglo XIV se introduce en el Ave María la segunda parte donde dice: "Santa María Madre de Dios" Siglo XVIII, se extiende su rezo oficial a toda la Iglesia.

El Papa Pío XI reafirmó el dogma en la Encíclica Lux Veritatis (1931).

La Madre de Dios en el VAT II: este concilio replantea en todo el alcance de su riqueza teológica en el más importante de sus documentos, Constitución dogmática sobre la Iglesia, (Lumen Gentium). En este documento se ve la maternidad divina de María en dos aspectos:
1) La maternidad divina en el misterio de Cristo.
2) La maternidad divina en el misterio de la Iglesia.
"Y, ciertamente, desde los tiempos mas antiguos, la Sta. Virgen es venerada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles suplicantes se acogen en todos sus peligros y necesidades.... Y las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios que la Iglesia ha venido aprobando dentro de los limites de la sana doctrina, hacen que, al ser honrada la Madre, el Hijo por razón del cual son todas las cosas, sea mejor conocido, amado, glorificado, y que, a la vez, sean mejor cumplidos sus mandamientos" (LG #66)
En el Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI (1968): "Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre Virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y salvador nuestro"

En 1984 San Juan Pablo II consagra el mundo entero al Inmaculado Corazón de María, a través de toda la oración de consagración repite: "Recurrimos a tu protección, Santa Madre de Dios"

María por ser Madre de Dios transciende en dignidad a todas las criaturas, hombres y ángeles, ya que la dignidad de la criatura está en su cercanía con Dios. Y María es la más cercana a la Trinidad. Madre del Hijo, Hija del Padre y Esposa del Espíritu.

"El Conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María, será siempre la llave exacta de la comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia"

Y la Madre de Dios es mía, porque Cristo es mío (S. Juan de la Cruz)


Preguntas y comentarios al autor de este artículo

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...